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AiriSato · 18-21, F
Había cerrado los ojos, y justamente apreció lo que el zorrino acababa de acotar; el lugar olía a naturaleza, y a madera vieja, era un aroma reconfortante. De pronto extrañó el aroma a miso y a arroz recién hechos; nada como el arroz del abuelo hecho en una bandeja de bambú. Su corazón le dolió, se dio cuenta de lo mucho que extrañaba esos días en la casa del abuelo, aquellas tardes en las que regresaba de la escuela, jugaba hasta cansarse con Toyo-kunii, comían fruta, y luego eran llamados a cenar, cuando caía la tarde.

La pregunta del zorro la hizo espabilarse. Sacudió la cabeza y le volteó a ver, no pudiendo evitar sonreír al ver que la posición que él había adoptado.

—No en la ciudad, sólo en algunos barrios que son peligrosos hasta para los humanos.— advirtió, pero en ningún momento dejó de sonreírle. Sus pies comenzaron a columpiarse, en un intento por relajarse después de sentir ese dolor melancólico.— Así que no te preocupes, estás a salvo de esos hombres malos con armas.
 
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