Tras alimentarse suficiente para moverse con rapidez, no esperó para salir a cazar. Quería mantener su reserva de sangre fresca llena, pero esa no era la única razón. La violencia e ira que llevaba dentro ya no las descargaría contra su propio cuerpo, haría lo que siempre hacía: volcarlas sin piedad con cada criatura que cruzara su camino.
Primero le servían de alimento, entregando su sangre a su garganta, imposibilitados de escapar una vez que caían en su agarre ardoroso.
La sensación al ingerir una sangre más fogosa y poderosa que las anteriores no alcanzaba a ser descrita con palabras; su cuerpo entero llegaba al éxtasis, arqueándose, blanqueando sus ojos, estirando sus comisuras temblorosas y descargando la oleada de energía con zarpazos a la carne de su alimento que destajaban con pericia yugulares y demás arterias principales.
Sus subordinados no se quedaban atrás. Como era impetuoso, era impaciente, salía siempre con un hábil que recolectara lo que una víctima fatídica ya no extrañaría. Y mientras, él iba por el siguiente sacrificio a su adicción, tarareando de vez en cuando alguna entretenida canción.
